Igual que Ulises, Ana regresó por fin a esta ítaca ruzafeña que es el tatami del Judokan. Le esperaban los suyos, como siempre, para recibirla como se merece toda una campeona. Hubo aplausos, emociones contenidas, abrazos y mucho cariño.
Su esfuerzo día a día ha sido ejemplar y no cabe ninguna duda de que es una de las grandes figuras del judo español de todos los tiempos.
Además de por sus medallas mundiales, continentales, su heroica actuación en Beijing, y todos los años que lleva representando con orgullo a nuestro país, Ana es sobre todo un ejemplo de humildad, trabajo y constancia. Un referente deportivo para todo el judo y en especial para los más jóvenes; a los que ella misma no ha dejado de animar siempre que tiene ocasión.
Como en toda travesía que se precie, en esta también han surgido cánticos de sirenas -venidas del hielo o no- que han intentado desprestigiar ruinmente a los más laureados, usando los altavoces de los medios de comunicación -¡con las pocas ocasiones que hay en estos deportes!- para hacer gala del comportamiento menos acorde con el espíritu olímpico que se puede encontrar: criticar a los compañeros de equipo -incluso su presencia-, poner en cuestión las decisiones federativas, las actuaciones arbitrales... hasta que no quede títere con cabeza.
En cualquier otro deporte, este comportamiento -en medio de unos Juegos Olímpicos, escaparate mediático que pone en juego la transmisión de valores positivos para los más jóvenes y la sociedad en general- supondría como poco un apercibimiento por parte del COE o de la propia Federación Española, para que se pidieran públicas disculpas. Máxime en judo, donde el respeto es una piedra angular aún más central que en el resto de los deportes.
